martes, 23 de junio de 2009

Ana Mendieta: la urgencia de lo eterno



La niñez es de por sí efímera, nadie es niño para siempre. La historia de Peter Pan es la rebelión a tal designio, un intento por hacer eterna esta condición. Irónicamente, Ana Mendieta (La Habana, 1948 - New York, 1985) salió de Cuba a los 12 años en una operación llamada Peter Pan y como perseguida por el destino, no sólo su niñez fue efímera, sino toda su vida, que terminó en una trágica muerte cuando aun era joven y su obra estaba en plena madurez. Obra, que en su mayor parte, consiste en performances, body art y land art, aunque también vídeos, fotografías, dibujos, instalaciones y esculturas.

No es lo mismo disfrutar del arte en vivo, gustarla desde el contacto personal, que tener referencia de ella a través de sus reminiscencias o documentos audiovisuales. Gran parte de la obra de Ana Mendieta no llega a nosotros de ese modo, pues no está concebida para perdurar físicamente -aunque sí para dejar huellas-, está creada para ACONTECER, acontecer en un momento puntual del tiempo, momento este que aunque frágil toca la eternidad.

Cuerpo = Arte; en los años setenta, dentro del universo cultural, el cuerpo emergió como ente artístico (body art o performance art), no por primera vez, pero sí de un modo articulado y hasta popular. Ana Mendieta, la mujer que hizo de sí misma su obra, “presentado su cuerpo como aval, como soporte de su propia identidad en una continua metamorfosis que anuncia la muerte de una estación y el nacimiento de otra”, llevó el body art a su su punto álgido. No vaciló a la hora de expresarse, superando los estereotipos convencionales. En uno de sus performances, “Body Tracks”, metió las manos en una mezcla de sangre de animales y pintura roja pasándolas luego por una pared. Su obra estuvo ungida por el modo poderoso y mágico en que ella percibió la sangre.


Cuerpo + Naturaleza = Arte; su obra no se limitó a la libertad que le ofrecía su cuerpo, por el contrario rompió toda barrera e incorporó este a la naturaleza de un modo nunca visto. En varias de sus obras Mendieta aparece desnuda, uniendo su propio cuerpo con la tierra, invocando imágenes de una diosa y mezclando elementos de rituales afro-cubanos, americanos, asiáticos y europeos. En la serie Siluetas de 1973, ella creó incontables obras en las cuales se hizo parte de la naturaleza al cubrirse o meterse en la tierra, recreando o revelando representaciones de su cuerpo en el suelo desnudo usando elementos como ramas, piedras, fuego o velas.


De este modo, su cuerpo es el nuevo templo del arte donde confluyen la naturaleza sagrada y el mundo profano. El lugar donde lo efímero es la transfiguración de lo eterno.









Obras:
1. Ana Mendieta: Sin Título (Body Tracks), 1974
2. Video tomado del trailer de la película "BloodWork- The Ana Mendieta Story" del director Richard Move (2009)
3. Ana Mendieta: Imagen de Yagul, 1973
4. Ana Mendieta: Isla, 1981
5. Ana Mendieta: Ánima, Silueta de Cohetes, 1976

martes, 16 de junio de 2009

La obra no basta



Es muy común encontrar personas sin cercanía al arte afirmar: eso puedo hacerlo yo. Hace unos días conversaba con un profesor de física al respecto, su punto de vista era que si él se ponía a pintar como Jackson Pollock, sus obras probablemente tuvieran el mismo valor estético que las de esté y sin embargo no alcanzarían la misma trascendencia. Con lo cual trataba de probar que el valor estético de la obra de arte era subjetivo y estaba ligado a un nombre. Ante esto habría que responder sí y no. Sí, en cuanto es verdad que pueda alcanzar el mismo valor estético; pero no, en cuanto a que el resultado de su aventura sea una obra de arte. No es una obra de arte, porque como principio, no cree que los cuadro de Pollock, Picasso o quién sea qué tome como referencia, lo sean verdaderamente, y esto es lo que en lo más profundo de su conciencia trata de demostrar.


El valor histórico trascendente del arte reside en la intención y la creatividad. El valor estético sólo se puede constatar a través del resultado. La Fuente presentada por Marcel Duchamp (firmado por R. Mutt) a la primera exposición de la Society of Independient Artists que se inauguró el 9 de Abril de 1917 en Nueva York no es una obra precisamente bella, sería difícil encontrar en ella el non plus ultra de los valores estéticos -siempre habrá un fanático o un tonto que afirme lo contrario-. En esa misma exposición -donde, huelga decir, que la citada Fuente no fue admitida- expusieron un sinnúmero de artistas, incluso -en su momento- más conocidos que Duchamp, obras bellas que no recordamos hoy. Cualquiera puede lograr obras de cierto valor estético, sea artista o no. Pero no todos pueden crear obras de arte que trasciendan las fronteras de lo mediato y se conviertan en iconos culturales de una época.


Tal vez en lo espiritual funcione el cliché de “si él lo hizo yo puedo hacerlo también”, pero en el arte, hacer lo que hizo otro no es camino al éxito. Pues el talento traza sus propias rutas y se abre camino a través de inescrutables desiertos. Los verdaderos genios piensan fuera del cajón, como hizo Einstein; sólo él pudo concebir una teoría de la relatividad, mas allá de los límites de las leyes de la mecánica clásica de Newton. El ejemplo se puede transpolar a lo que hicieron los impresionistas con el uso del color; Duchamp con sus Ready Made; Pollock con su driping; Warhol con sus serigrafías y miles de otros talentosos artistas que crearon sus propios caminos.










Obras:

1. Marcel Duchamp: "Fuente", 1917. Foto tomada por Yoél Almaguer en la Exposición "Duchamp, Man Ray, Picabia", en el MNAC de Barcelona. Agosto 2008

2. Pablo Picasso: "Niña frete al espejo", 1932. MoMa, New York.

3. Jackson Pollock pintando en su taller

4. Jean-Michel Basquiat: "Self Portrait as a Heel", 1982

5. Jeff Koons, "Sacred Heart (Red/Gold)" (1994–2007), Metropolitan Museum of Art, New York, 2008

jueves, 11 de junio de 2009

Para disgustos se hicieron los colores


La sabiduría popular ha acuñado una frase que siempre me ha hecho pensar que es una solución, en exceso salomónica, al problema de la belleza: “para los gustos se hicieron los colores”. Siempre he respondido, de modo natural y sin detenerme mucho a pensar: para los malos gustos se hicieron los colores, partiendo de la idea de que de lo contrario debería haber tantos colores como gustos, con lo cual sería imposible afirmar que hay mal gusto. De esto se desprende que es más lógico ante la incapacidad natural del hombre de reconocer a la primera impresión la belleza, justifica su ignorancia sumiendo todo en la subjetividad. Subjetividad esta que aunque inofensiva en el caso del gusto de mi madre al comprar un cuadro para decorar la casa, se vuelve terrible cuando ella quiere llamar a ese cuadro “arte” y aplica esos mismos parámetros a cualquier obra artística. Y muchos me dirán: “tranquilo, no lo tomes tan a pecho”, sin saber que el sentido común se vuelve un sin sentido en el momento en que coexisten dos criterios completamente divorciados a la hora de valorar una obra: el doméstico y el del museo.


Con esto queda claro que a la hora de juzgar el arte hablar de gustos es superfluo y secundario. Me puede gustar “Los comedores de patatas” de Van Gogh tanto como para colgarlo en la sala de mi casa antes que a “Las Meninas” de Velázquez, pero la calidad indiscutible de ambas obras escapa y trasciende al simple impulso que me hace preferir la una a la otra.


Podríamos decir, con Kant que lo agradable y lo bello son categorías totalmente diferentes. Lo agradable se refiere siempre al sujeto que valora, por ejemplo: me es agradable aquella pintura. Es agradable para mí, pero esto no le quita el carácter de horrible en sí misma. En cambio, cuando me refiero a lo bello que es tal cuadro de Basquiat ya estoy hablando de una característica de la obra en sí, independientemente de lo educado o atrofiado que esté mi sentido del gusto. En este punto cabría aclarar que la calidad de una obra X no está ligada al nombre de su autor, de seguro Picasso tiene obras malas y Periquito Pérez haya logrado obras de un gran valor estético.


Si fuera cierto que “para los gustos se hicieron los colores” (cada uno tiene su gusto) estaríamos afirmando que el gusto no existe, “que no existe el juicio estético que pudiera legitimar pretender el asentimiento de todos” (Kant). Pero si bien no estoy de acuerdo con que la belleza es algo a merced de los gustos, de igual modo tampoco comparto la idea de que la belleza es un trascendental, al estilo platónico-aristotélico, inmutable en sí misma, pero esto es algo de lo que hablaré en entradas futuras.