domingo, 18 de octubre de 2009

The Citizen Rojas



“... Seré yo, será el silencio, allí donde estoy, no sé, no lo sabré nunca, en el silencio no se sabe, hay que seguir, voy a seguir."
Samuel Becket (El innombrable)

No se que tiempo habrá durado para Virgilio su paso errante por el purgatorio, para Joel Rojas fueron 20 años, desde el oscuro día, en la Habana, que decidieron borrarlo del panorama artístico cubano hasta la iluminada noche, en Edge Zones de Miami, en que pudo mostrar sus obras otra vez, en una exposición retrospectiva organizada y curada por el también artista Glexis Novoa.

Si con las tristemente celebres “Palabras a los Intelectuales” se había creado el marco cuasi jurídico “en ademán de dirigir conciencias”, con la “Resolución Ministerial 131” en 1989 el Ministerio de Cultura de Cuba dio un zapatazo sobre las ya mencionadas conciencias, emulando el incívico acto de Nikita Jrushchov en la Asamblea General de la ONU. El chivo expiatorio: Joel Rojas; las víctimas: los artistas que trataban de hacer una obra seria y consecuente, que a partir de entonces tendrían que hilar fino cuidando que sus obras no resulten irrespetuosa hacia la Revolución y que los principios estéticos de las mismas sean compatibles con los de dicha sociedad. Este hecho marcó el comienzo del fin de uno de los periodos más ricos del arte en Cuba: de renacer pasó a muerte súbita.

El artista sobrevive a la prematura muerte social del personaje. Entonces vino el verdadero y más grande acto de libertad de Joel: continuó creando a pesar de que lo tenía prohibido, se centró en su obra, la cual en vez de verse mutilada se tornó más fuerte y se diversificó, saliendo de los límites de la pintura como tal. Quizás su obra más importante de esta época fue cuando haciendo una parábola de su “patética condición social” el recluso se recluyó en una gruta a trabajar, allí parodiando el proceso creativo aborigen pintó sobre la piedra un reflejo de lo que era la sociedad cubana contemporánea: consignas políticas y símbolos patrios al servicio de una ideología. Pero la parábola de la cueva no es más que una imagen, una reflexión sobre su (la) realidad. El acto es secreto -Joel Rojas no es sujeto de libertades artísticas- y efímero -sólo dura los meses en que el artista permanece en la caverna”-. Por otro lado, este “performance” -concíbase o no como tal- rompe de algún modo con la concepción tradicional de la pintura que Joel tenía -o sólo desarrollaba- hasta entonces, enriqueciendo de este modo su quehacer artístico.

Aun los agujeros negros dan fe de su existencia a través del desvío gravitacional de la luz. Del mismo modo, “el innombrable” deja la impronta de su obra a través de sus ecos -así los llama él- yo los llamaré “reminiscencias”. La obra del artista proscrito trasciende los velos de la censura reflejándose en la obra de sus compañeros y amigos; se pueden constatar parentescos -o influencias- morfológicas muy fuertes en la obra de Tomas Esson, Carlos Lunas, ya desde un temprano 1988 (época del suceso), esto se pone más de relieve al ver que los tres tratan temas políticos similares, representados por las mismas figuras: símbolos patrios, hoces y martillos, las imágenes de Fidel y Martí, etc., así mismo de una manera más intrínseca Ibrahím Miranda -grabador- participó cercanamente y más tarde -ya en el exilio- en Ahmed Gómez se vislumbra el “eco” de Joel en alguna de sus obras. Es curioso ver como dichas reminiscencias no se limitan sólo a los temas, sino que formalmente las obras están concebidas desde presupuestos estéticos muy similares, usando las mismas técnicas, como se hace evidente en los trazos -pintados o en carboncillo-, que desconstruyen la figura en una suerte de cubismo amorfo. Lo realmente importante de estas reminiscencias no es ponerse a discurrir quién le debe a quién, si no ver que lo autentico siempre busca un modo de salir a la luz, que si bien Joel fue confinado al más absurdo ostracismo, su obra fue vista, difundida y alabada, en la obra de otros artistas de su generación.








*Este texto fue posible gracias a documentos, imágenes e ideas tomadas de la exposición "Resolución # 131, de Joel Rojas, en Edge Zones de Miami, Septiembre de 2009. Las imágenes de los otros artistas fueron tomadas de Internet.

domingo, 11 de octubre de 2009

haz y envés: Ramón Oviedo en el Museo de Arte Moderno de Santo Domingo



El día que se inauguró la 25 Bienal de Artes Visuales, en medio del desierto había un oasis de buena pintura: la sala dedicada a Ramón Oviedo (Barahona, 1924). Allí encontré a un joven pintor que con toda la sinceridad a que obligan varios litros de alcohol en vena, dijo a toda voz: “yo quiero pintar así”. Ese fue mi primer encuentro real con la obra de Oviedo y superó con creces mis expectativas.

Su obra coquetea entre lo abstracto y lo figurativo. No llega a ser un abstraccionismo lírico como Kandinsky pues es rico en matices, pero no en colores. Tampoco, puramente, expresionismo abstracto como De Kooning, pues no tiene la violencia de éste. No obstante su obra tiene la poesía de unos y la fuerza de otros, conjugados en un original modo de asumir el arte.

En este coqueteo, lo figurativo que se trasluce detrás de una apariencia abstracta no es pretexto de la pintura, sino que es el producto de la acción pictórica -paradójicamente, lejos del action paint-. Se hace inevitable trascender la obra hasta llegar al acto puro y único en que se enfrentan el artista y su todo a la nada del lienzo impoluto. El resultado de tal confrontación es más pregunta que respuestas, sus obras se abren ante el espectador como un interrogante, cuyas respuestas -en caso que las haya- establecen un puente entre ego -del artista- y el yo -del espectador-, no caben los “tú”.

Alfa y omega, cóncavo y convexo, espíritu y materia, haz y envés: ¿sería posible desdoblar el intrincado universo de un artista, de un hombre, de el hombre? Las voces más sabias dicen: NO. Es más difícil amar que conocer y como dijo Lezama Lima, definir es cenizar. Por eso, de lo único que parece presumir Oviedo es de amar la indefinida y extraña naturaleza humana y de conocer su oficio: el oficio del artista.

Ramón Oviedo es un pintor consistente, no hace falta estar ebrio para desear desarrollar una obra como la suya. Sí es imprescindible la sobriedad de la “consecuencia” para crear una poética donde lo vital y complicado late a través de lo cotidiano.







Obras:
Obras de Ramón Oviedo expuestas en el Museo de Arte Moderno de Santo Domingo, con motivo de que la 25 Bienal Nacional de Artes Visuales le rindiera homenaje.