jueves, 11 de junio de 2009

Para disgustos se hicieron los colores


La sabiduría popular ha acuñado una frase que siempre me ha hecho pensar que es una solución, en exceso salomónica, al problema de la belleza: “para los gustos se hicieron los colores”. Siempre he respondido, de modo natural y sin detenerme mucho a pensar: para los malos gustos se hicieron los colores, partiendo de la idea de que de lo contrario debería haber tantos colores como gustos, con lo cual sería imposible afirmar que hay mal gusto. De esto se desprende que es más lógico ante la incapacidad natural del hombre de reconocer a la primera impresión la belleza, justifica su ignorancia sumiendo todo en la subjetividad. Subjetividad esta que aunque inofensiva en el caso del gusto de mi madre al comprar un cuadro para decorar la casa, se vuelve terrible cuando ella quiere llamar a ese cuadro “arte” y aplica esos mismos parámetros a cualquier obra artística. Y muchos me dirán: “tranquilo, no lo tomes tan a pecho”, sin saber que el sentido común se vuelve un sin sentido en el momento en que coexisten dos criterios completamente divorciados a la hora de valorar una obra: el doméstico y el del museo.


Con esto queda claro que a la hora de juzgar el arte hablar de gustos es superfluo y secundario. Me puede gustar “Los comedores de patatas” de Van Gogh tanto como para colgarlo en la sala de mi casa antes que a “Las Meninas” de Velázquez, pero la calidad indiscutible de ambas obras escapa y trasciende al simple impulso que me hace preferir la una a la otra.


Podríamos decir, con Kant que lo agradable y lo bello son categorías totalmente diferentes. Lo agradable se refiere siempre al sujeto que valora, por ejemplo: me es agradable aquella pintura. Es agradable para mí, pero esto no le quita el carácter de horrible en sí misma. En cambio, cuando me refiero a lo bello que es tal cuadro de Basquiat ya estoy hablando de una característica de la obra en sí, independientemente de lo educado o atrofiado que esté mi sentido del gusto. En este punto cabría aclarar que la calidad de una obra X no está ligada al nombre de su autor, de seguro Picasso tiene obras malas y Periquito Pérez haya logrado obras de un gran valor estético.


Si fuera cierto que “para los gustos se hicieron los colores” (cada uno tiene su gusto) estaríamos afirmando que el gusto no existe, “que no existe el juicio estético que pudiera legitimar pretender el asentimiento de todos” (Kant). Pero si bien no estoy de acuerdo con que la belleza es algo a merced de los gustos, de igual modo tampoco comparto la idea de que la belleza es un trascendental, al estilo platónico-aristotélico, inmutable en sí misma, pero esto es algo de lo que hablaré en entradas futuras.

1 comentario:

Unknown dijo...

Está muy cool tu blog. Espero que le des más mantenimiento y que se lo envíes a tus colegas. Cuídate.